lunes, 24 de junio de 2013

El Cuento de la Semana

Hola, ¿Cómo están?
Hoy se me ocurrió crear una instancia en la que les traigo un blog cada semana, que se va a llamar, obviamente, "El Cuento de la Semana". 
Hoy les traigo dos cuentos (o poemas ya que son tan pequeños) de mismo autor y mismo libro: "Los Escépticos y los Optimistas" y "El Color del Mundo". Ambos son de Mario Benedetti y aparecen en el último libro que publicó "Vivir Adrede". Los encontré porque mi profesora de Idioma Español tenía el libro y me lo prestó un ratito. Bueno, que los disfruten y nos vemos en los comentarios o en la próxima entrada.

Los Escépticos y los Optimistas

Los escépticos y los optimistas se miran siempre de reojo.
Son desconfiados de nacimiento.
Los escépticos se burlan de los demás y de sí mismos. Se aburren de creer y no echan de menos las ausencias.
Los optimistas vencen al tedio y a la fiebre. Aprenden del ayer y no lo borran. Conocen y reconocen que vendrá algo mejor y desde ya preparan la bienvenida.
Los escépticos van y vienen sin nada. Y lo que es peor, sin nadie. Abrazan al pesimismo como único consuelo. Inventan una tristeza sin lágrimas, dura como una mueca.
Los optimistas se entienden con el río y con el cielo que lleva en su corriente. Saben que allí navega la tutela más leal, más respetable, y asumen el alma como agua.
Los escépticos son apenas mendigos y el tiempo que transcurre les deja su limosna. No logran escapar del viejo laberinto y reciben mensajes que son indescifrables.
Los optimistas en cambio guardan a menudo algo de gloria, que no es siempre la de hoy ni la de antes. Hacen un nudo con las certidumbres y llenan su bolsillo de poesía. 

El Color del Mundo

Millones y millones. En todas las monedas. Eso es lo que nos cuesta averiguar si hay seres vivientes (Adanes y Evas, serpientes o gorilas, árboles o praderas) en planetas de roca o quién sabe de qué, en tanto que en este planetito con vida miles de niños mueren de hambre civilizada.
Los sentimientos se deslizan, a veces se refugian en guaridas de amor, pero cuando emergen al aire preso o libre, dan el color del mundo, no del universo inalcanzable sino del mundo chico, el contorno privado en que nos revolvemos. Gracias a ellos, a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos. 


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